
Biografía
El éxito y el fracaso de John Berger no eran predecibles para un niño nacido en Stoke Newington, al norte de Londres, en el seno de una próspera familia de clase media, aunque su madre, Miriam (de soltera Branson), había nacido en la clase trabajadora de Bermondsey. Abandonó el colegio St Edward's de Oxford a los 16 años para estudiar en la Central School of Art; su curso se interrumpió en 1944 cuando fue llamado a filas y destinado a un depósito de entrenamiento de Belfast. Fue su primer encuentro cotidiano con las clases trabajadoras, y ello marcó su política de por vida // Leer en The Guardian.
Hogar, una definición
Originalmente, hogar significaba el centro del mundo, no en un sentido geográfico, sino ontológico. Mircea Eliade ha demostrado cómo el hogar era el lugar desde el que se podía fundar el mundo. Se estableció un hogar, como él mismo dice, “en el corazón de lo real”. En las sociedades tradicionales, todo lo que tenía sentido del mundo era real; el caos circundante existía y era amenazador, pero amenazaba porque era irreal. Sin un hogar en el centro de lo real, uno no solo estaba desamparado sino también perdido en el no ser, en la irrealidad. Sin hogar todo era fragmentación // Por John Berger. Leer en Greelane.
Modos de ver
Cuando se ama, la vista del ser amado tiene un carácter de absoluto que ninguna palabra, ningún abrazo puede igualar: un carácter de absoluto que sólo el acto de hacer el amor puede alcanzar temporalmente. Pero el hecho de que la vista llegue antes que el habla, y que las palabras nunca cubran por completo la función de la vista, no implica que ésta sea una pura reacción mecánica a ciertos estímulos (…) Solamente vemos aquello que miramos. Y mirar es un acto voluntario, como resultado del cual, lo que vemos queda a nuestro alcance, aunque no necesariamente al alcance de nuestro brazo // Por John Berger.
El mensaje escrito: la carta a lo largo de la historia
Una vez escrita, en la Edad Moderna, la carta se plegaba en sucesivos dobleces y se cerraba con lacre o con una oblea. En el exterior se anotaba el sobrescrito, esto es, el nombre y razón del destinatario, así como las tasas y, eventualmente, la persona encargada del transporte y otros datos (buenos augurios, fecha de la respuesta —registrada otras veces en el encabezamiento de la carta— o incluso una minuta con los temas de la misiva). Al término del siglo XVIII y en las primeras décadas del XIX empezó a utilizarse una especie de sobres confeccionados con el propio papel de carta, cerrados con el procedimiento anterior // Por Antonio Castillo Gómez.
Siempre estaba comprando nuevos libros, más rápido, lo reconozco, de lo que mi capacidad de lectura me permitía leerlos. Pero mientras estuviera rodeado de ellos, eran garantes de una vida más amplia, mucho más preciosa y necesaria de la que me veía obligado a llevar cada día. Si era imposible mantener siempre esa vida superior, por lo menos podía tener sus signos al alcance de la mano
El hombre en suspenso / Saul Below