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El sonido esplendente

  • Foto del escritor: Francisco Vallenilla
    Francisco Vallenilla
  • 29 abr
  • 2 Min. de lectura

300 palabras sobre Alma partida, de Akira Mizubayashi





Un cuarteto de cuerdas ensaya en un salón municipal de Tokio una pieza de Schubert. Son tres hombres (Yu, Kang y Cheng) y una mujer (Yanfen). Yu, japonés, es el mayor de todos y está allí con su hijo, Rei, de once años; los otros son unos muchachos chinos. Solo persiguen compartir el placer musical schubertiano, aislándose del resto del mundo. Pero es 1938 y un Japón militarista se expande por Asia, así que los soldados que irrumpen en el lugar no están para apreciar a un compositor austríaco, sino para comprobar qué hacen cuatro sospechosos en un recinto del que han corrido las cortinas. “Estamos en guerra contra los malditos chinos. ¿Es el momento de hacer música despreocupadamente con sus invitados?”, le increpa a Yu el soldado que destroza su violín. Es una escena violenta, suavizada poco después por un oficial, conocedor de la música de concierto europea y quien con gentileza le pide a Yu que interprete algo para comprobar que son músicos. A Rei su padre ha podido esconderlo en un armario y desde la oscuridad de su pavor infantil, paralizado, tendrá la última visión de Yu; con Yanfen se encontrará sesenta años más tarde, cuando ya es un reconocido lutier. Ted Gioia, en Música. Una historia subversiva, escribe: “A veces, el poder de la música resulta brutal y destructivo —como en el caso de los trompetazos de los israelitas que hicieron añicos las murallas de Jericó—, pero es más frecuente que el sonido, en la Biblia y otras tradiciones, se asocie a la creación y la transformación”. En Alma partida (2019), Akira Mizubayashi relata cómo aquel niño de infancia cercenada, que de pronto se encuentra solo en el mundo con un instrumento destruido en sus manos, logra vivir gracias al lado luminoso de la música.

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