Lecciones en el parque
- Francisco Vallenilla
- 24 jun
- 2 Min. de lectura
300 palabras sobre Un perro de carácter, de Sándor Márai

Desde el primer perro salvaje que se avino a guardar la cueva a cambio de un hueso de cordero, como lo imaginó Kipling en “El gato que andaba solo”, hasta el gran danés arlequín que da apoyo emocional en el siglo XXI a la protagonista de El amigo, de Sigrid Nunez, el perro ha brindado inestimables servicios a la humanidad, no siendo entre ellos menor el de ofrecer cimiento literario para la exploración de la condición humana. “Habría que averiguar qué debilidad lleva a un escritor por lo demás muy exigente a caer en la tentación, en cierto momento de su carrera, a desviar su interés de su modelo eterno y superior, el ser humano, hacia figuras secundarias de la creación”, advierte el caballero al comienzo de Un perro de carácter (1932), de Sándor Márai. Es una actitud desdeñosa que deberá abandonar tras su experiencia con Chútora, un mestizo que le vendieron haciéndolo pasar por perro de raza. Fornido, enérgico y pendenciero, convierte su casa en una zona caótica, como los campos de la recién finalizada Gran Guerra, pero también es un estímulo para las reflexiones del caballero sobre sí mismo y acerca de su mundo pequeñoburgués, que se está desmoronando. Un ejemplo: al verlo correr sin meta y sin obstáculos en el inmenso parque a donde suele llevarlo, el caballero se pregunta qué sentiría al dejarse arrebatar por una pasión así: “¡Ojalá pudiéramos librarnos una sola vez al menos de las riendas de la disciplina, abandonarnos a la prisa de las pasiones, en vez de avanzar milímetro a milímetro, minuto a minuto y día a día, cada vez más conscientes, más cobardes, cada vez más lúcidos y más desencantados! No faltará quien piense que el ímpetu y la pasión motivan cada uno de nuestros actos, ¡si supieran la verdad!”.