Margen de acción
- Francisco Vallenilla
- 11 mar
- 2 Min. de lectura
300 palabras sobre Mía es la venganza, de Friedrich Torberg

Mía es la venganza (1943), de Friedrich Torberg. En 1940, en el campo de concentración de Heidenburg, en la frontera holandesa, el comandante de las SS Hermann Wagenseil hace formar a los prisioneros y en cada ocasión señala a uno a quien él interroga personalmente. Existe una larga lista de faltas por las que pueden castigarles, pero los cautivos no tienen forma de descifrar el criterio que emplea Wagenseil para su escogencia. La manada de seres cabizbajos y temblorosos se hace un solo cuerpo, amalgamada por el miedo y por la vergüenza de desear que sea otro el elegido. Con sus vidas sometidas a la arbitrariedad y el absurdo, los presos se refugian en la placidez de lo inexorable. Hasta que un día el joven Hans Landauer —esbelto, fuerte aún, antiguo nadador destacado de Alemania— da un paso al frente, abriendo una grieta en el muro de resignación que los ojos azules de Wagenseil recorren mientras solo se oye el golpe rítmico de la fusta contra sus botas: “Me presento voluntario (…) Para el… el interrogatorio”. El método de Wagenseil conduce al suicidio y a Landauer no le va mejor por negarse a empuñar el arma entregada por el comandante en la celda: una masa inconsciente es todo cuanto devuelven a la oscuridad del barracón, donde muere a las pocas horas. Sin embargo, su acción es la que decide el destino del superviviente del Heidenburg que ahora está en un muelle de Nueva Jersey, contándole esta historia a un desconocido. Para los prisioneros, en el konzentrationslager está anulada la combinación del libre albedrío (una acción es libre solo si ha existido la posibilidad de actuar de otra manera y solo si la decisión no es producto de una fuerza externa al sujeto que decide), pero no la facultad de hacer.