Tres pasajes para Troya
- Francisco Vallenilla
- 16 jul 2021
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 9 mar
El asedio de Troya, de Theodor Kallifatides, y otras obras para revisitar la Ilíada

Ser griego es saber hablar griego y conocer la historia de la guerra de Troya. Este es el mensaje que la Señorita les transmite a los adolescentes que tiene al frente. Es abril de 1945 y han caído las primeras bombas aliadas en el pueblo. La segunda, muy próxima, destroza el retrete de la escuela y los obliga a refugiarse en una cueva cercana. Allí están ahora, más pendientes de las chinches y otros bichos que atemorizados, y como no hay nada mejor que hacer, la maestra se ha puesto a contarles sobre aquel otro conflicto, que tiene unos tres mil años de antigüedad y cuya referencia más célebre son 15.693 versos escritos, o compilados, varios siglos después de lo allí narrado por un poeta ciego. Al principio, a los seis chicos y una chica, que son todo el alumnado, no les entusiasma la idea de oír sobre algo tan lejano y que, les parece, tiene poco que ver con ellos. Pero, tal como viene ocurriendo desde el siglo VIII antes de nuestra era con millones de personas, la Ilíada los seduce. Al otro día y los siguientes, ora en el salón, ora en la gruta, según el ritmo de los bombardeos, no quieren aprender sobre su propia lengua, sino saber cómo continúa aquella “historia sobre héroes y lunáticos”.
Mientras los jovencitos oyen en la voz de la Señorita que sus remotos antepasados armaron un formidable ejército y asediaron Troya durante 10 años para saldar una deuda de honor, los partisanos han asesinado a un coronel nazi y hasta tanto se capture a los culpables, cada día, a la puesta del sol, serán ejecutados tres hombres escogidos al azar en cualquiera de las localidades de la comarca. Los alemanes habían llegado en 1941 y entre ellos y los habitantes del pueblo existía un aire de forzada cordialidad, aunque también un hilo de simpatía: el alcalde comparte tardes de café con el capitán, se arman partidos de fútbol, unos han aprendido un poco de alemán y otros un poco de griego, la maestra está enamorada del piloto Wolfgang… Con el asesinato del oficial, el asedio guerrillero y los frecuentes bombardeos, desaparece la cortés cohabitación, pero no mucho después tampoco habría alemanes y la Señorita finalizaría su relato: han terminado las dos guerras, la vivida y la narrada.
No son enteramente conscientes de ello, pero Dimitra (la chica) y su compañero inseparable desde niños (el innombrado narrador de El asedio de Troya) establecen conexiones entre el pasado y el presente: intuyen la vigencia de la Ilíada. Cuando van de regreso a casa luego de escuchar sobre la furia de Aquiles por la muerte de su amigo Patroclo, Dimitra se pregunta cómo se puede sacrificar a tantos inocentes solo por venganza. “Cuando llegamos a la plaza recibimos la respuesta. Simplemente se hace. Se hace porque se puede. Los tres hombres a los que habían elegido el día anterior se balanceaban, colgados del vetusto castaño de la plaza”. Esa noche, el joven narrador, quien ya se había salvado en la primera ronda del ultimátum alemán, para el que resultan elegibles todos los varones a partir de los 16 años de edad, se pregunta si esta vez será su turno. “Me puse a pensar en todos los jóvenes inocentes a los que Aquiles había asesinado sin piedad. Más de tres mil años habían pasado desde entonces y la muerte no se había vuelto más leve”.
“¿Quién querría intercambiarse conmigo y ponerse en mi lugar? Pensaba y dispuesta estaba a cortarse el cabello, lastimar su hermoso pecho y rasgarse los muslos blancos como lirios con un afilado cuchillo, si acaso pudiera ser de alguna utilidad o consuelo”
En el epílogo de su breve novela, Theodor Kallifatides explica que la Ilíada “es uno de los más firmes poemas antibelicistas jamás escritos”. Pero no resulta fácil de leer y de allí que él se propusiera escribir El asedio de Troya (2020). “¿Blasfemia? Tal vez. ¿Soberbia? No. No he pretendido reemplazar a Homero de ninguna manera. Tan solo he querido que lo conozca más gente”. Cuando se presentó el libro en España, Kallifatides reiteró a El País que “a Homero se le ha malinterpretado. La Ilíada es un poema antibelicista, no heroico. Las escenas de la guerra son brutales porque Homero quería exponer toda su crudeza para mostrar el daño que se causa”. En su opinión, “la guerra de Troya no termina nunca. Todas las guerras son la misma. Y todos los hombres y las mujeres son los mismos: el alma no cambia a pesar del tiempo. Para mí no son muy diferentes Aquiles, Aníbal o Hitler. Les une el deseo de destruir”.
En el propósito de acercar el texto fundacional de la literatura occidental a la sensibilidad contemporánea, el escritor griego ha hecho lo que Alessandro Baricco en 2004 con Homero, Ilíada (texto concebido para una lectura pública y solo después editado como libro) y Robert Graves mucho antes con La guerra de Troya (1962).
Baricco también refiere en el epílogo de Homero, Ilíada el sentido antibelicista que ve en el poema: “A simple vista uno no se da cuenta, cegado por los resplandores de las armas y de los héroes. Pero en la penumbra de la reflexión surge una Ilíada que uno no se esperaba. Me explico: el lado femenino de la Ilíada. Son muy a menudo las mujeres las que proclaman, sin mediaciones, el deseo de paz”. Lo hace Andrómaca, cuando le pide a Héctor que abandone la batalla para ser esposo y padre, así como Helena, quien se siente culpable: “¿Quién querría intercambiarse conmigo y ponerse en mi lugar? Pensaba y dispuesta estaba a cortarse el cabello, lastimar su hermoso pecho y rasgarse los muslos blancos como lirios con un afilado cuchillo, si acaso pudiera ser de alguna utilidad o consuelo”, relata la Señorita a su cautivada audiencia. Ese anhelo se encuentra asimismo en Dimitra, quien en uno de los retornos después de clases, cuando ve a alemanes y griegos reunidos como vecinos en la plaza del pueblo, le comenta a su compañero: “Podríamos ser felices, nosotros y ellos”.
Al llamado pacifista encarnado en mujeres, Baricco agrega: “La Ilíada nos obliga a recordar algo molesto pero inexorablemente verdadero: durante milenios la guerra ha sido, para los hombres, la circunstancia en la que la intensidad —la belleza— de la vida se desencadenaba en toda su potencia y verdad (…) Por ello, la tarea de un pacifismo verdadero tendría que ser hoy no tanto demonizar hasta el exceso la guerra, sino comprender que solo cuando seamos capaces de otra belleza podremos prescindir de la que la guerra, desde siempre, nos ofrece”.
“En lo más profundo de sus almas la duda los corroía. ¿Era esa una guerra justa? ¿Debían anegar de sangre Troya solo porque Paris, hijo del rey de la ciudad, Príamo, hubiera seducido o raptado a Helena?”
Por otra parte, a diferencia de Graves, las revisitas de Kallifatides y Baricco a la Ilíada están centradas solo en los humanos, no aparecen los dioses. “Detrás del gesto del dios, el texto homérico menciona casi siempre un gesto humano que reduplica el gesto divino y lo reconduce, por así decirlo, hasta el suelo (…) la Ilíada muestra una sorprendente obstinación en buscar, sea como sea, una lógica de los acontecimientos que tenga al hombre como último artífice”, escribe el turinés para explicar el porqué los dioses, desde el punto de vista estrictamente narrativo, no son fundamentales.
Por ejemplo, la cobardía de Paris (que contrasta con el coraje de Héctor e incluso es condenada por Helena) explica el resultado de su duelo con Menelao tanto como lo hace la intervención de Afrodita. Ambos ejércitos habían acordado que así se decidiría el fin del conflicto: si vencía Paris, Helena y todos sus tesoros se quedaban en Troya y los griegos se marchaban sin más; si Menelao era el vencedor, Helena volvía a Esparta y los troyanos pagarían cuantiosas reparaciones de guerra. Gana Menelao y comienza a arrastrar a Paris asiéndolo por el yelmo, “hasta que la correa de cuero que sujetaba el yelmo bajo el mentón se rompió, y Menelao se encontró con el yelmo en la mano, vacío. Lo levantó al cielo, se volvió hacia los aqueos y, volteándolo en el aire, lo lanzó en medio de los guerreros. Cuando se volvió de nuevo hacia Paris, para acabar con él, se dio cuenta de que había huido y desaparecido entre las filas de los troyanos” (Homero, Ilíada). Cuando Graves refiere el mismo episodio, escribe: “El duelo habría acabado con un glorioso triunfo para Menelao si Afrodita no hubiera bajado para rescatar a Paris. Con una mano invisible, rompió la correa del casco y dejó a Menelao llevando un casco vacío. Lo arrojó a sus camaradas, cogió la lanza de Paris y se dio la vuelta para matarlo. ¡Pero Paris ya no estaba allí! Afrodita hizo invisible a su favorito y se lo llevó, sano y salvo, tras sus líneas”.
Entretanto, en El asedio de Troya el acento en lo humano es patente desde el propio inicio: la Señorita comienza refiriendo el estado de ánimo en el campamento aqueo: “La cuestión ya no era cuánto tiempo lograría resistir Troya el asedio de los aqueos, sino cuánto tiempo iban a ser capaces de continuar los sitiadores (…) En lo más profundo de sus almas la duda los corroía. ¿Era esa una guerra justa? ¿Debían anegar de sangre Troya solo porque Paris, hijo del rey de la ciudad, Príamo, hubiera seducido o raptado a Helena?”.
Sin embargo, la presencia de los dioses sí resulta fundamental para entender el salto de pensamiento que representó la mitología griega. Los griegos (aqueos, argivos o dánaos, como se les llama en la Ilíada) son el primer pueblo que concibió a los dioses a imagen de los humanos, aunque en no pocas ocasiones aquellos se revelan más frívolos, caprichosos e impredecibles, y capaces de una crueldad que costaría encontrar en el más abyecto de los hombres. Siguen siendo inmortales, poderosos y hay que cuidarse de no enfadarlos con alguna insolencia, pero en tanto que es posible comunicarse con ellos y hasta lograr su comprensión, no causan terror ni paralizan, como sí lo logra una divinidad omnipotente, de designios ininteligibles y tenebrosa, o cognoscible pero igualmente fuera de alcance porque está asociada a una montaña o a un árbol. Al concebirlos de esta forma, los griegos establecieron una idea de universo donde todo está conectado y la humanidad es relevante; además, dieron origen a la noción de que en el orden espacio-temporal en el que tiene lugar la existencia no todas las fuerzas resultan ingobernables. Por ejemplo, el destino de Aquiles se simboliza en su propia elección: su madre, la diosa Tetis, le ha advertido que si permanece en Troya, tendrá una existencia breve pero gloriosa; si regresa a casa, no habrá gloria, pero sí una vida larga y tranquila. Ya se sabe cuál fue su escogencia. Con el tiempo, el mito será sustituido por la filosofía y la ciencia, y en lugar de historias de héroes y dioses habrá conceptos, argumentos, deducción e inducción, pero serán asimismo explicaciones humanizadas.
“La arqueología demuestra la realidad de Troya como ciudad, pero no ha demostrado que la Guerra de Troya tuviera lugar allí...”
Como es conocido, la Ilíada se concentra en un solo episodio, la cólera de Aquiles, en el décimo y último año de la guerra, y finaliza con la muerte de Héctor, el adalid troyano. Pero tanto Baricco como Kallifatides comprenden que, para el oyente y lectores actuales, resultaría inaceptable un texto sobre la conflagración troyana sin incluir lo que todo el mundo sabe de ella: el caballo de madera. De manera que tanto en El asedio de Troya como en Homero, Ilíada se describe la caída de la ciudad de las altas murallas y amplias calles gracias al ardid del astuto Ulises. Por su parte, el relato de Graves es más amplio y refiere, además del final de Troya, otros aspectos que tampoco incluyó Homero en la Ilíada, como la fundación de la ciudad y el difícil regreso de los griegos victoriosos; o dejó inexplicados, como el hecho de que fue el resentimiento de una diosa, la vanidad de otras tres y el temor de un dios, junto con la irresponsabilidad de un hombre frívolo y la insensatez de una reina enamorada, o engañada, lo que ocasionó la célebre guerra, que aún se mueve entre el mito y la realidad.
Homero presenta lo narrado como verdad histórica (la guerra ha tenido lugar alrededor del año 1200 a.C., en la Edad de Bronce griega) y así se le consideró por mucho tiempo. Sin embargo, antes de finalizar la Antigüedad ya había dudas sobre la veracidad de lo referido en la Ilíada y sobre el texto homérico comenzó a planear la apreciación de que se trataba de una ficción poética. Fue solo hacia mediados del siglo XIX cuando avanzó de nuevo la tesis de la historicidad de la guerra de Troya con las excavaciones arqueológicas en Hisarlik. Es una colina ubicada en la parte de Asia Menor de la actual Turquía, muy cerca del estrecho de los Dardanelos, entre el Mediterráneo y el Mar Negro. Hubo allí una fortaleza arruinada que los contemporáneos de Homero y varias generaciones posteriores de griegos y romanos identificaron con la Troya (Ilios) de la Ilíada. Los griegos construyeron una ciudad (Ilion) en el lugar hacia el año 300 a.C. y los romanos otra en el siglo I a.C. (Ilium), hasta que la colina quedó despoblada en el siglo VI d.C., sin que ya nadie supiera si las ruinas eran antiguas o no.
Como griegos y romanos en su momento y Charles McLaren (el periodista y geólogo escocés que revivió la idea en 1822), en 1863 el cónsul británico-estadounidense y arqueólogo aficionado Frank Calvert estaba convencido de que las ruinas de Hisarlik correspondían a la Troya homérica. Sin embargo, como carecía de fondos, fue poco lo que pudo hacer. Las excavaciones en gran escala las inició Heinrich Schliemann en 1870, un rico comerciante de San Petersburgo que ya estaba retirado de los negocios y, al igual que Calvert, tenía entre sus aficiones la arqueología. Desde Calvert hasta la década de los 90 del pasado siglo, ha habido varios ciclos de excavación en Hisarlik, con el resultado de que se han encontrado pruebas de nueve asentamientos principales, que abarcan unos 3.600 años desde aproximadamente el 3000 a.C.
“Lo que podemos formular como conclusión es que, ciertamente, en el punto alcanzado hoy por la investigación, aún no podemos decir nada realmente vinculante sobre la historicidad de la guerra de Troya. Pero las probabilidades de que, tras la historia de Troya/Ilios con su gran expedición griega contra un centro de poder obstaculizante, en todos los sentidos, en la muy codiciada costa de Asia Menor occidental, haya un suceso histórico, no han disminuido por los esfuerzos investigadores unidos de diversas disciplinas en los últimos veinte años”, escribe el filólogo Joachim Latacz en su libro Troya y Homero, hacia la resolución de un enigma, un amplio estudio que incluye el repaso de los hallazgos arqueológicos desde Calvert hasta Manfred Korfmann (1988-2000).
El libro de Latacz es del año 2000 y transcurridas dos décadas hasta el presente sigue sin comprobarse que Homero narrara un hecho real. En la exposición Troya, mito y realidad, organizada por el British Museum de Londres a comienzos de 2020, en la entrada de la sección “Troya, la arqueología”, el visitante podía leer lo siguiente: “La arqueología demuestra la realidad de Troya como ciudad, pero no ha demostrado que la Guerra de Troya tuviera lugar allí. Sin embargo, nuevas investigaciones muestran el contacto y conflicto entre el mundo griego y Troya en la Edad de Bronce tardía, particularmente en el período entre el 1400 y el 1180 a.C. aproximadamente. Esto podría proporcionar un contexto histórico factible para la historia (contada por Homero)”.
Sin duda este debate apasiona a arqueólogos, filólogos e historiadores, pero para el lector de la Ilíada es irrelevante la historicidad. El lector de un texto literario acuerda con el escritor suspender su incredulidad porque lo fundamental no es si lo narrado es real o imaginado, sino lo que apuntó C.S. Lewis: “La raison d´etre de una historia no reside en eso sino en el llanto, el estremecimiento, la admiración o la risa que su desarrollo es capaz de producir en nosotros”. Y Homero lleva siglos estremeciendo.