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Wittgenstein en el fin del mundo

  • Foto del escritor: Francisco Vallenilla
    Francisco Vallenilla
  • hace 5 días
  • 2 Min. de lectura

300 palabras sobre La amante de Wittgenstein, de David Markson




Kate no sabe si tiene cuarenta y siete o cuarenta y ocho años. De hecho, ignora qué día de la semana es y asimismo qué mes. Hace mucho que abandonó el sistema que se había ideado como calendario. También cesó su búsqueda: “¿Era realmente a otra persona lo que yo estaba tan ansiosa por descubrir, mientras me dediqué a buscar por tanto tiempo, o era únicamente mi propia soledad, que no podía soportar?”. Ahora vive en una casa en la playa, anda desnuda en verano y escribe de cuando estaba loca, recorrió el mundo en carro —atravesó Rusia, manejó hasta Turquía para llegar al emplazamiento de Troya…— y vivió en el Louvre, el Rijksmuseum, la Uffizi, el Metropolitan…, donde quemó marcos de cuadros para calentarse. Sí sabe que tuvo un hijo, quien murió en México, pero duda de si es artista o lo fue, en todo caso. “No estoy particularmente contenta con esta costumbre de decir cosas que ni siquiera sé muy bien por qué las digo, para ser sincera”, confiesa Kate, cuyo relato es una sucesión vertiginosa de párrafos cortos, con ideas y evocaciones que aparecen, desaparecen y reaparecen, ofreciendo en cada ocasión la posibilidad de una interpretación distinta. David Markson fue un autor destacado de la ficción experimental y una clave para no desesperarse con La amante de Wittgenstein (1988) sería recordar palabras iniciales de Wittgenstein a sus Investigaciones filosóficas (1953): “Tras varios intentos desafortunados de ensamblar mis resultados en una totalidad semejante (en la cual los pensamientos siguieran una secuencia natural y sin fisuras), me di cuenta de que eso nunca me saldría bien. Que lo mejor que yo podría escribir siempre se quedaría sólo en anotaciones filosóficas; que mis pensamientos desfallecían tan pronto como intentaba obligarlos a proseguir, contra su inclinación natural, en una sola dirección”.

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